Cada día se amanecía con la entrada portentosa del sol, que enceguecía y desorientaba a esa altura de la matina; como siempre el chirrido de la persiana rota que permitía la entrada fogosa del sol me ahorraba el gasto de un despertador, porque casi siempre funcionaba sistemáticamente bien, ya hace mucho que no había inviernos en Baires y se acostumbraba fácil al calor y la perseverante luz diaria. Siempre hubo un componente de despertase del sueño que no me entusiasmaba, era como interrumpir un desarrollo extenso, complejo y rebuscado con un aterrizaje forzado a un plano poco prometedor. Intentaba perdurar dormida todo el tiempo que mi cabeza me lo permitiese, pero detestaba la intromisión de objetos ajenos a la sustancia del sueño y esto provocaba que me obligara a despertar completamente para no someter a mis sueños a soportar la indiscreción de lo cotidiano, sobretodo me enervaba romper la fantasía con las banalidades hogareñas o incluso algún ruido molesto gestado por los vecinos. De todos modos no era algo que me arruinase el día, casi siempre el día se arruinaba si en un descuido del inconsciente el sueño trastabillaba en pesadilla y caía en la cara de la vieja de al lado que siempre busca toparse conmigo en el pasillo para preguntarme inquisidoramente de mi vida intima.
Me levante bastante relajada, lo que develaba buenos sueños durante la noche anterior y según mi vitalidad probablemente esta buena racha se extendería, para mí era clave para el comienzo del día reconocer los sueños, el modo de levantarme y ajustarme nuevamente a la vida usual. Salí al frondoso balcón que se desprendía de habitación, las plantas verdes se encarnaban en la pared, haciendo un recodo verde en la vivienda. Desconocía el nombre de todas aquellas plantas que astutamente bordeaban el balcón, mi padre ya había venido una cuantas veces a este rincón y reiteradas veces me decía nombres variados que se escapaban de mi cabeza sin obstáculo alguno apenas los mencionaba y yo apenas atinaba a asentir con la cabeza esperando los elogios por el buen cuidado de dichas malezas.
Esa mañana estaban radiantes y de un verde fauna exacerbado, me concentre en regarlas con mucha dedicación pues si bien no retenía los nombres biológicos asignadas a cada una, las diferenciaba por el color de su maceta, había naranja, lila, rojo, rosa, amarillo, verde, y un surtido que se iba modificando de acuerdo con la suciedad, la escasees de colores, las manchas, entre otras variables. Era todo tan apacible en ese balcón a cielo abierto, donde el viento de la mañana te golpea en la cara, donde se siente el ruido de las pavas dispuestas para el mate, donde todo parece inofensivo.
Nunca esperaba a nadie, quizás ese era el error por el que las visitas me sorprendían e involucraban todo un despliegue personal al que no acostumbraba, solo contaba con la presencia regular de Luna, que siempre se paseaba por el barrio con la canasta de panes para vender, ella tenia un recorrido pautado que incluía asomarse por casa para hacer la común ronda de amargos, contar algún que otro chisme barrial, o simplemente saludarnos y pasar ese rato de compañía grata.
Era lindo comenzar la mañana con el flaco, nos relajaba y nos inspiraba para largar a hablar aun con la voz seca y el aliento pastoso. Los mates iban aflojando la lengua y calentando los cuerpos para seguir con el periplo propio de cada una, después de intercambiar sonrisas Luna me dejaba delicadamente y casi por olvido un rico pan relleno antes de partir y continuar su trayecto diario como cada semana y yo me metía a bañar puertas abiertas para sentir a Luis llenarme cuerpo y alma, y limpiarme enterita con aroma a durazno.
domingo, 25 de enero de 2009
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